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Llueve futuro en tus pupilas (poesía, 2013), de Chelo Mil
Veinte poemas. El fruto sabroso y elocuente de la síntesis, el bilingüismo y el amor. Un libro publicado en verano y con buena estrella.

Ellos deciden desear

Título: Ellos deciden desear
Autores: Fernando Domínguez / Marcelo Milman
Género: Narrativa breve 
Soporte: digital (ePUB, PDF)
ISBN: 978-987-28308-0-9
Año: 2012

Descripción: Ellos deciden desear reúne dos relatos de dos autores de residencias dispares y generaciones distintas: un océano y cuatro décadas los separan. Sin embargo, y al mismo tiempo, subyace un claro denominador común entre ambos textos: el deseo.

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Fragmento:

Uno

El llanto de Amanda era grotesco: las lágrimas brotaban sin descanso de sus párpados y corrían sus lentes de contacto, hasta que el del ojo izquierdo decidió caer, develando su color real: marrón. Un ojo celeste y otro marrón. Los sonidos que emanaba, gemidos tristes y entrecortados, poblaban la habitación de una manera inédita hasta ese momento. Estaba desahuciada. No podía creer que el hombre con el que había compartido los últimos cinco años de su vida la hubiera abandonado, y de forma definitiva. Ya no quedaba ni una sola cosa de él en el departamento. Quizás alguna foto, algún recuerdo de los fines de semana en el velero, navegando en el río marrón (el color de sus ojos).

Se habían conocido en el polvo de ladrillo. Constantino le daba clases de tenis tres veces por semana (desplegando todo su encanto) y ella asistía encantada de ser seducida por quien le enseñaba a empuñar la raqueta, y a mejorar su revés. Aunque Amanda nunca alcanzó un nivel respetable en el juego. Con frecuencia en los partidos era atropellada por su rival y, una vez, hasta fue derrotada por un nene de siete años, que, al terminar el último set, le dijo: "Te gané, soy mejor que vos". Para justificar tanta simpática humillación, podemos decir que ella, de todas formas, había conseguido algo positivo: había conocido al hombre que se convertiría en su pareja, su compañero, y su amante.

El golpe en seco de la puerta al cerrarse fue contundente. Constantino había decidido poner fin a la relación. Hace mucho tiempo que el desgaste era evidente: las peleas eran constantes, y el sexo se había convertido en una rutina desdeñable. Estaba cansado de cerrar los ojos y pensar que Amanda era un hombre. Robusto, moreno y velludo. No solo estaba descubriendo que la heterosexualidad era un sendero que pronto abandonaría, sino que ya comenzaba a darse cuenta que tipo de hombre le resultaba atractivo.

Ahora ya no habría viajes en velero, no disfrutaría del confort al que Amanda lo tenía acostumbrado y, ya no tendría la certeza de que no estaba solo. Pero, por otro lado, podría explorar sin culpas lo que su deseo ordenara, y convertir en realidad sus fantasías (exceptuando algunas un tanto bizarras).

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