Lastre y herrumbre, cosas que pasan al soldado más noble.
Solo dejame transitar, desandar el camino de unas vacaciones tardías, pero felices. El río, las piletas, no son más que opciones para sumergirse. Amniótico y maternal por demás. El centro, el helado, el puente colgante, que junto a la ruta aportaron el miedo que supimos sortear.
El discurso del rey cayó, solo quedamos los empleados.
La obra de teatro la primera noche, a la gorra en la sala justo enfrente del hotel.
El desayuno seco, mate y bizcochitos con manteca, para que después nos quedemos con los saquitos y la mermelada. De durazno, siempre de furtivo durazno.
El casino donde perdí diez pesos e intuí ese ambiente crepuscular, oscuro; esa tensión que florece donde y cuando pueden aparecer grandes sumas de dinero.
La lluvia, poderosa primero y sutil después, me encontró haciendo una rutina de elongación descalzo, sobre el pasto húmedo.
La misa en la iglesia del Cura Brochero, por un ratito, para después tomar algo por la plaza y emprender el regreso.
Y el cielo. Descubrí el cielo, con sus nubes de blanco radiante.
Y un colibrí.
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