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Llueve futuro en tus pupilas (poesía, 2013), de Chelo Mil
Veinte poemas. El fruto sabroso y elocuente de la síntesis, el bilingüismo y el amor. Un libro publicado en verano y con buena estrella.

Una pareja

Relato - Por Carolina Andrea Silva

Estábamos mirando al este sobre la baranda del puente peatonal. Eran las siete de la tarde y el cielo parecía incendiarse donde estaba cayendo el sol. A esa hora, el puente era concurrido por turistas que pasaban el verano en Carlos Paz, así que nosotros mirábamos cómo ellos posaban frente al candado cerrado que acababan de poner en alguna de las barandas, o las familias enteras que plasmaban una instantánea de felicidad con el casino de fondo.  

Jorge no me hablaba y yo, encerrando unas hormigas entre mis pies, trataba de romper el silencio, porque sabía que en esa tarde yo tenía que hablar.

Mis manos buscaron la baranda para apoyar el cuerpo, mientras Jorge respiraba con dificultad, pero igualmente se prendió un cigarrillo. Sus ojos claros, mirando la nada en silencio, abrían un abismo aún más significativo. De pronto, con el cigarrillo entre los labios me dijo que fuéramos al café que estaba al lado del Zorba, donde yo solía esperarlo cuando el hacía prueba de sonido en el teatro. Yo accedí, mientras sentía las piernas flojas.

Un año atrás había sido liberado, y quiso volver a reunir a sus clientes, pero ya no lo llamaban para los eventos porque sus equipos eran viejos, o porque su estadía en la cárcel había dado lugar a todo tipo de especulación y desconfianza. Volver a la calle implicó para Jorge acomodarse a lo que podía alcanzar, pero su testarudez no lo dejó darse por vencido, y volvió a golpear puertas y a querer recibir las devoluciones de favores que nunca llegaron. Yo, con mi sueldo de empleada, hacía el aguante, mientras intentaba ayudarlo con su sueño de ser un empresario y comprarse un boliche en Carlos Paz para explotarlo con contingentes de gente cuarentona como nosotros, o chicos de colegios, o centros de jubilados. Pero las cosas iban empeorando de a poco, y Jorge no quería renunciar a su deseo.  

- Si lo hago es porque quiero demostrarles a todos esos quién soy yo. Si lo suelto es como fracasar.

- ¿Pero no sería mejor intentar cosas más pequeñas, no sé, fiestas temáticas, por ejemplo?

- Cómo se nota que no sos vos la del sueño.

Las discusiones terminaban siempre con Jorge gritando, y yo huyendo para encerrarme, y no escucharlo. Después, llegaba la hora de acostarnos, y cuando se apagaba la luz, nos buscábamos a oscuras. Teníamos una manera carnal de reconciliarnos como una forma de volver al origen, como siempre lo hacíamos desde hacía siete años.  

Al principio fui reacia a la idea que tiró ese miércoles después de acostarnos, pero me contó que había estado esperando todo el día para decirme, y al ver su mirada, y las ganas de cambiar la vida que veníamos teniendo, me convenció. Él, por su parte, ya estaba inmerso en los detalles y lo que iba a publicar para atrapar a la gente. En ese momento los grupos de solas y solas empezaban a ser un furor en Facebook, entonces me contó que hacía unos meses había armado un grupo para solteros, y unas dos semanas después había creado el grupo para conectar por WhatsApp y ahí publicar fiestas.

- Vamos a hacer mucha guita con esto. Les hago pagar una entrada a $3.000 y les ponemos una pulsera para que vayan a la barra y pidan tragos promocionales que no les va a costar nada. Les damos 5 consumiciones gratis, y después cobramos aparte los shots de tequila y los speed.  

Yo lo miraba porque no entendía de tragos, solamente había aprendido a preparar daikiris, gancias y otros aperitivos. Pero él me daba todos los detalles de su nueva empresa, y me incluía para trabajar la barra. Iba a ser de los dos, así que lo seguí.  

El grupo de WhatsApp era tranquilo, y nosotros estábamos incluidos como dos solteros más.  

- Si pasamos como solteros vamos a poder invitarlos con más disimulo y van a entrar como caballos.  

Yo acepté hasta que comenzaron a llegarme chat privados de otros integrantes del grupo. Al principio los dejé pasar, pero después lo comenté con Jorge.  

- Vos seguiles la corriente.

- ¿Pero no te jode?

- Yo no tengo drama. Ahora si sentís que podés caer en la tentación, yo ahí no puedo hacer nada.  

- ¡¿Qué boludez decís?!

- Y claro, está en vos lo que haces con eso. Las reglas del juego las ponés vos.

Durante tres meses intentó sin éxito conseguir gente para la primera fiesta de solas y solos; sin embargo, se formaban salidas espontáneas entre los integrantes del grupo. Cuando los leía Jorge fruncía el ceño, golpeaba el celular sobre la mesa y puteaba entre dientes. Cada tanto hablaba en el grupo y les contaba que era sonidista y dj y que quería hacer una fiesta. A veces pasaba la noche con el celular en la mano, mirando la pantalla en la oscuridad del dormitorio hasta que yo le pedía que le bajara la luz porque no podía dormirme.

Pero poco a poco fue dejando de enviar mensajes al grupo, aunque no soltaba el celular de noche. Ya no hablábamos ni discutíamos, ni tampoco nos reconciliábamos, aunque algunas noches me tomaba de sorpresa y teníamos sexo con urgencia y en silencio. Luego él se daba vuelta y se dormía, o se levantaba con un cigarrillo en la boca y el celular en la mano.  Después me enteré que se iba a ver con otra mujer. Apenas lo supe, pasé varias semanas intentando descifrar el código de bloqueo de su teléfono mientras él dormía, imaginando qué pasaría si me encontraba haciendo eso. Pero un día Jorge salió a comprar su etiqueta diaria y dejó su computadora abierta. Pude leer todo, incluso pude saber las veces que habían intentado encontrarse. Ella era de Buenos Aires, y esta vez había logrado acomodar sus horarios. Cuando volvió me quedé callada porque no tenía cómo explicar que había hurgado en su WhatsApp. El día del encuentro intenté seguirlos, pero sin ningún éxito. Pasadas unas semanas lo enfrenté y fui tratada de paranoica. Estábamos en el dormitorio. A punto de acostarnos, entonces se lo dije. Jorge me miró fijo, con sus pupilas dilatas mientras se mordía el labio inferior con fuerza. Se acercó a mí hasta quedar pegado a mi cuerpo, sin quitarme la vista; después salió de la casa y ya no volvió. Esa vez hubo discusión sin reconciliación. Para entonces ya no hablábamos de nada, y la idea del evento para solteros y solteras se diluía un poco más cada día.  

Una tarde recibí un mensaje de un tal Franco del grupo. Habíamos hablado varias veces, y el siempre insistía en juntarnos para tomar un café. Yo me negaba constantemente porque no quería perjudicar a Jorge y su proyecto. Pero ese día estaba cansada de seguir como si nada. Pensé que podía ponerme a su altura y devolverle el favor de la indiferencia, entonces acepté vernos.  

Nos encontramos en el centro y fuimos a pasar unas horas en un hotel de Carlos Paz que está al frente de la terminal. Al principio no quería que Franco me tocara, así que nos quedamos sentados en la cama, con la espalda rígida, como soldados en alerta, a punto de salir corriendo. Luego lloré un rato, y eso ayudó a que él pudiera acercarse con un pañuelo para secarme mis lágrimas. Entonces me besó, primero suavemente, con intermitencia, y después con fuerza. Yo lo seguí. Fue la única vez que nos vimos. Cuando me dejó, me crucé a la terminal y me senté de espaldas a las plataformas. Me quedé callada mientras mi taza de café se enfriaba. Solamente pensaba en Jorge.

El encuentro con él sucedió unas semanas después, en el puente peatonal de la 9 de julio. Me invitó un café en el bar de siempre. Nos sentamos en la ventana que da a la calle. Me dijo que ya sabía todo, porque él conocía a los contactos del grupo, pero esperaba que fuera sincera y admitiera la verdad. Yo comencé a temblar con los ojos hundidos en la mesa porque no quería ver su cara. Jorge me volvió a pedir mi confesión agarrando mi mentón con fuerza para que lo mirara. Yo solo podía llorar.

- ¡¿No entiendo qué pensaste?! Yo veo todo lo que hacés. Ahora, sabelo, vas a tener que trabajar mucho para que yo pueda volver a confiar.  

Yo escuchaba a Jorge mientras miraba por la ventana. Pensé en huir, corriendo atrás de ese colectivo que se veía venir a dos cuadras. Estaba a tiempo; después pensaría en qué hacer. Solo quería huir.  

Sin embargo, con mis ojos rojos, le pedí disculpas, sabiendo que ya había perdido.

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